Imagen(La Nación, 07 de marzo de 2014) El Ministro de Salud Jaime Mañalich ha sido el único jefe de la cartera de Salud que ha permanecido 4 años en el cargo desde el regreso de la democracia. Debido a su estrecha relación con el Presidente de la República es, sin duda, uno de los actuales secretarios de Estado con mayor influencia y el ministro de salud con mayor poder desde 1990.
 
Jaime Mañalich supo ocupar ese poder logrando avances en temas importantes en salud pública como la Ley de Tabaco, que posiciona a Chile como un país que efectivamente protege a los no fumadores a través de espacios públicos libres del humo del tabaco y la ley de fármacos que establece, entre otros, la bioequivalencia de medicamentos genéricos. Por otra parte, aunque se pueda criticar el programa Elige Vivir Sano por su enfoque individualista y desvinculado de los determinantes sociales de la salud, así como los conflictos de interés generados por el involucramiento de algunas empresas que no contribuyen a fortalecer una vida saludable en su actividad productiva regular, debe reconocerse que dicho programa contribuyó a incrementar una cierta conciencia social sobre la importancia del autocuidado y de la prevención en salud.
 
Sin embargo, una de las paradojas de la gestión ministerial de este período de gobierno, es que el nivel de poder con que ha contado el ministro ha carecido de un proyecto político de desarrollo para el sector salud. En efecto, en el programa de gobierno de Sebastián Piñera no hubo grandes promesas de transformación en salud y nunca se contemplaron cambios estructurales. Por ello, en más de una ocasión, el ministro Mañalich se declaró continuista de la reforma impulsada en el gobierno del ex Presidente Ricardo Lagos.
 
Si evaluamos la gestión en salud del Gobierno con el parámetro de las promesas realizadas en campaña, el balance no es negativo. Pero si nuestra evaluación considera como parámetro la salud de las personas y del sistema, el balance cambia. Los problemas estructurales del sector permanecen y varios se han profundizado. Seguimos teniendo un sector público, el sistema de salud del 80% de la población, que no tiene la capacidad para atender con oportunidad ni de resolver los problemas de sus usuarios de acuerdo a los estándares que demanda nuestro actual nivel de desarrollo, debido a sus carencias de infraestructura, equipamiento y recursos humanos. Por otra parte, mantenemos un sistema de entidades privadas aseguradoras que discriminan por riesgo, edad, y sexo de sus afiliados.
Una de las paradojas de la gestión ministerial de este período de gobierno, es que el nivel de poder con que ha contado el ministro ha carecido de un proyecto político de desarrollo para el sector salud. En efecto, en el programa de gobierno de Sebastián Piñera no hubo grandes promesas de transformación en salud y nunca se contemplaron cambios estructurales.
 
Los intentos de Jaime Mañalich por realizar cambios estructurales fracasaron rotundamente, tanto la propuesta emanada de la Comisión Presidencial de Reforma de la Salud, como la más limitada comisión que propuso la creación de un Plan Garantizado de Salud solo para las Isapres. Ambas iniciativas fueron reactivas a la coyuntura y ninguna llegó a puerto.
 
Sin dudas, hay pasos que se pudieron haber dado. Las expectativas de un gobierno que se autodefinió como “de excelencia” no se vieron cumplidas. No hubo avances en descentralización y se repitieron errores como no entregar capacidad de decisión al nivel regional ¿Cuántas veces vimos a la autoridad nacional resolver conflictos locales, como por ejemplo, el conflicto con los médicos en Chiloé? La única consecuencia de la intromisión política en los niveles técnicos es el fortalecimiento de una visión centralista que no ayuda a avanzar en la modernización de la institucionalidad del sector salud.
 
Tampoco hubo avances en gestión hospitalaria, lo que llama la atención pues es parte de la experticia del ministro. Así los niveles directivos del sector siguen siendo seleccionados con criterios políticos, vulnerando reiteradamente el espíritu de la ley que creó la Alta Dirección Pública. La gestión ministerial que concluye abusó de ello terminando por debilitar el sistema. La consecuencia de esto es que no será fácil reclutar cuadros técnicos competentes que quieran desempeñarse en funciones directivas, si no se garantiza que efectivamente ellos puedan tener una carrera de desarrollo profesional que esté protegida de los vaivenes de la política contingente.
 
En el desempeño más asociado al estilo de gestión del ministro, la forma de enfrentar los conflictos no pasó desapercibida. Actores políticos como la Democracia Cristiana, algunos especialistas como los anestesistas y hasta un periodista de El Mercurio, sufrieron las consecuencias del estilo impulsivo del ministro y reclamaron por maltrato. Hubo también ocasiones en que las decisiones tomadas por la autoridad sanitaria no tuvieron más fundamento que una visión estrictamente política, como la decisión de vacunar en todo el país frente al brote de meningitis W135, cuando la recomendación de la comunidad académica y científica era hacerlo sólo en la zona geográfica en la que se focalizaba el problema.
 
A la hora de los balances, entonces, la gestión del Ministerio de Salud del período de gobierno que concluye exhibe un ministro que demostró gran capacidad política, con gran energía para impulsar los proyectos que le interesaban, que realizó avances en algunos temas importantes en salud pública, como tabaco y fármacos, pero sin proyecto político; el ministro de Salud con más poder desde los 90 no tuvo las espaldas ni la voluntad de su sector para hacer las transformaciones más trascendentes que el país urgentemente requiere para dar el salto al desarrollo.